Mujer,
cuanto lamento verte arder. Sangre succiona mi sonrisa y todo rastro de lo que
alguna vez fue; el calor en que crecí es hoy el que me quema viendo que te
perdí. Nací aquí, desde entonces no he visto algo más; solo a ti, mujer de
altas montañas. Y sé que finges estar bien, lo noto cada mañana. Sé que te
escondes en la risa y danzas en el cielo aun cuando tienes miedo. Pero mujer,
conozco tu secreto. Siento tu dolor en las entrañas y me convierto en ceniza
junto a ti. Has sido maltratada, lo comprendo. Tus hijos deambulan por ahí,
sufren en silencio; tienen frío y pasan hambre, a veces sienten perder el
tiempo, navegan entre tus curvas exaltados de impotencia al no poder curarte de
todo mal que te acecha. Pero de esperanza están hechos. A otros los ves partir,
buscando acobijarse en otras naciones aun sabiendo que solo en tus brazos son
dichosos.
Oh mujer,
tanto has cambiado desde aquella vez, cuando abrí mis orbes y te vi, justo ahí
me enamoré, con tus cabellos largos que parten desde el llano y tus ojos que
dicen a gritos que conocerte jamás será un error. Y tu sonrisa… tan grande que
podría acabar con todas las guerras, si tan solo te lo permitieran. Sin
embargo, te convertiste en despedidas, en rabia, en muerte.
Y te duele,
te duele como el demonio, caerte a pedazos siendo oprimida por hombres de
trajes caros que no sienten lo que tú y yo sentimos. Eres la viva imagen de mi
alma; en tiempos difíciles, mi amor por ti aumenta, y me aferro al hecho de que
puedas renacer.
Cuanto te
añoro mujer…
-María Emilia.